Más allá de los aportes instrumentales, del hipertexto y la multimedia, la contribución más significativa del Internet, sociológicamente hablando, es la cristalización de los aportes posestructuralistas sobre la construcción permanente de la identidad basada en significantes cambiantes y la teoría del otro en la constitución del yo.
Sherry Turkle (1997) considera que las nociones sobre las identidades descentradas, contingentes e híbridas encuentran un fascinante lugar de aplicación en la interfaz.
Cuando estamos frente a la pantalla de una computadora solemos trabajar con una serie de ventanas que nos posibilitan desarrollar varias actividades casi simultáneamente. Tenemos la oportunidad de contar al mismo tiempo un sitio para leer, otro escribir, un tercero para chatear, etc. Ante cada uno de estos espacios asumimos una posición específica. Somos múltiples prácticamente al mismo tiempo. Asumimos posturas dependiendo que escribamos, que leamos o con quien chateamos, siempre ante la misma máquina.
Pero la cosa no queda ahí. Los juegos de roles y las redes sociales nos permiten explorar una amplia gama de posibilidades para la construir identidades que lindan entre lo virtual y lo real. Un hombre puede ser mujer, una persona gorda puede presentarse como flaca, una personalidad aburrida puede resultar atractiva y las posibilidades son infinitas.
Estos avatares se relacionan, incluso sexualmente, con otros avatares. Es la cultura de la simulación en su máximo esplendor. El yo múltiple, negociado constantemente significantes flotantes se ha cristalizado en la interfaz. “Los ordenadores encarnan la teoría posmoderna y la llevan a la práctica” (Turkle, 1997:26).
Estamos ante un aparato que ciertamente “provoca la renegociación de nuestras fronteras” (Turkle, 1997:26). Sin embargo, considero que siempre hemos vivido en una cultura de la simulación contingente. Sólo que recién el concepto abstracto es palpable en una situación evidente.
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