El urbanista Paul Virilio sostiene que el desarrollo de la virtualidad traerá una catástrofe.
En la actualidad se nos presentan las nuevas tecnologías bajo la promesa de un mundo cercano al instante. Percibimos el mundo por “la visión de la televisión y los multimedios [que] aplastan los planos acercados del tiempo y el espacio” (Virilio, 1997:22).
Desde este punto de partida considera que “la velocidad contamina la extensión del mundo y las distancias del mundo” (Virilio, 1997:58). Esto significa que las nuevas generaciones nacerán sin posibilidad de experimentar las distancias y estarán condenadas al encarcelamiento virtual que limitará sus posibilidades de experimentar una real vida social.
Esta telepresencia deslocaliza el cuerpo y fortalece la figura de la simulación de un espectro. Se generan seres individuales que creen vivir libres, bajo el formato online, pero en realidad están bajo un estricto sistema de control y viven privados de ejercer y desarrollar sus derechos políticos activamente. Como sabemos el ejercicio de la política es necesariamente una práctica social que demanda, entre otros puntos, acción colectiva.
Para Virilio estamos camino hacía la deshumanización. Aquí tenemos “una ameneza considerable de pérdida del otro, de ocaso de la presencia física en aras de una presencia inmaterial y fantasmal” (Virilio, 1997:46).
Esta situación solo puede llevarnos a la desintegración del propio cuerpo a favor de la comunidad virtual suscrita a Internet. Situación que a la larga destruirá la ciudad y la ciudadanía.
A esta perspectiva hay que agregarle que las biotecnologías están colonizando el cuerpo humano para convertirlo en un hombre prótesis. La tecnología “reducirá las propiedades de lo viviente so pretexto de complementarlas y asistirlas” (Virilio, 1997:55).
martes, 27 de enero de 2009
sábado, 17 de enero de 2009
Internet y la identidad posmoderna
Más allá de los aportes instrumentales, del hipertexto y la multimedia, la contribución más significativa del Internet, sociológicamente hablando, es la cristalización de los aportes posestructuralistas sobre la construcción permanente de la identidad basada en significantes cambiantes y la teoría del otro en la constitución del yo.
Sherry Turkle (1997) considera que las nociones sobre las identidades descentradas, contingentes e híbridas encuentran un fascinante lugar de aplicación en la interfaz.
Cuando estamos frente a la pantalla de una computadora solemos trabajar con una serie de ventanas que nos posibilitan desarrollar varias actividades casi simultáneamente. Tenemos la oportunidad de contar al mismo tiempo un sitio para leer, otro escribir, un tercero para chatear, etc. Ante cada uno de estos espacios asumimos una posición específica. Somos múltiples prácticamente al mismo tiempo. Asumimos posturas dependiendo que escribamos, que leamos o con quien chateamos, siempre ante la misma máquina.
Pero la cosa no queda ahí. Los juegos de roles y las redes sociales nos permiten explorar una amplia gama de posibilidades para la construir identidades que lindan entre lo virtual y lo real. Un hombre puede ser mujer, una persona gorda puede presentarse como flaca, una personalidad aburrida puede resultar atractiva y las posibilidades son infinitas.
Estos avatares se relacionan, incluso sexualmente, con otros avatares. Es la cultura de la simulación en su máximo esplendor. El yo múltiple, negociado constantemente significantes flotantes se ha cristalizado en la interfaz. “Los ordenadores encarnan la teoría posmoderna y la llevan a la práctica” (Turkle, 1997:26).
Estamos ante un aparato que ciertamente “provoca la renegociación de nuestras fronteras” (Turkle, 1997:26). Sin embargo, considero que siempre hemos vivido en una cultura de la simulación contingente. Sólo que recién el concepto abstracto es palpable en una situación evidente.
Sherry Turkle (1997) considera que las nociones sobre las identidades descentradas, contingentes e híbridas encuentran un fascinante lugar de aplicación en la interfaz.
Cuando estamos frente a la pantalla de una computadora solemos trabajar con una serie de ventanas que nos posibilitan desarrollar varias actividades casi simultáneamente. Tenemos la oportunidad de contar al mismo tiempo un sitio para leer, otro escribir, un tercero para chatear, etc. Ante cada uno de estos espacios asumimos una posición específica. Somos múltiples prácticamente al mismo tiempo. Asumimos posturas dependiendo que escribamos, que leamos o con quien chateamos, siempre ante la misma máquina.
Pero la cosa no queda ahí. Los juegos de roles y las redes sociales nos permiten explorar una amplia gama de posibilidades para la construir identidades que lindan entre lo virtual y lo real. Un hombre puede ser mujer, una persona gorda puede presentarse como flaca, una personalidad aburrida puede resultar atractiva y las posibilidades son infinitas.
Estos avatares se relacionan, incluso sexualmente, con otros avatares. Es la cultura de la simulación en su máximo esplendor. El yo múltiple, negociado constantemente significantes flotantes se ha cristalizado en la interfaz. “Los ordenadores encarnan la teoría posmoderna y la llevan a la práctica” (Turkle, 1997:26).
Estamos ante un aparato que ciertamente “provoca la renegociación de nuestras fronteras” (Turkle, 1997:26). Sin embargo, considero que siempre hemos vivido en una cultura de la simulación contingente. Sólo que recién el concepto abstracto es palpable en una situación evidente.
miércoles, 7 de enero de 2009
Estudios de audiencia-recepción
Los estudios de audiencia o recepción que según mi humilde punto de vista vienen marcando una línea sumamente interesante para desarrollar en el campo de la comunicación. Desde mediados de los 80 han ido creciendo y dejando atrás el paradigma de las investigaciones dedicadas sólo a la producción de mensajes.
En 1990 James Curran criticó la postura “revisionista” de los estudios de audiencia por otorgar un sobredimensionado papel activo al lector y negar el poder de los medios. Está crítica sirvió para que David Morley aclare algunos puntos.
Para comenzar Morley explica que los recientes estudios sobre las audiencias en el campo de la comunicación se caracterizan básicamente por “dos premisas: a) que la audiencia es siempre activa (en un sentido no trivial), y b) que el contenido de los medios de comunicación es ‘polisémico’ o abierto a la interpretación”.
Esto implica colocar el énfasis de las investigaciones sobre los medios de comunicación en los microprocesos de interpretación de los mensajes. Esta situación nos lleva a tomar distancia de las concepciones de estructuras determinantes pero sin desecharlas sino más bien tratando de articular la relación micro con lo macro.
Morley retoma a Giddens para señalar “las estructuras macro sólo pueden reproducirse a través de microprocesos (…) [es decir que] el proceso general macro sólo puede operar a través de una multitud de manifestaciones micro de poder, ninguna de las cuales puede ser garantizada con antelación”.
Además, menciona que el concepto de "habitus" de Pierre Bourdie, con ciertas observaciones, puede ayudarnos a comprender como las estructuras internalizada también brinda márgenes de actuación y no son completamente rígidas. Otro punto importante son los aportes de conceptos postmarxistas como los de Gramsci para salir de la rigidez de las nociones ortodoxas del marxismo en la interpretación social.
Asimismo, recuerda que el análisis semiótico en el contexto de los estudios culturales sigue siendo fundamental porque “el mensaje lleva en sí mecanismos significadores que estimulan ciertos significados, o incluso un significado privilegiado (…) [pero el objetivo central no es] descubrir el ‘significado real’ de los mensajes analizados, sino simplemente para seguir la ‘conclusiones directrices’” (Morley, 1998: 422).
Morley considera que los estudios de audiencia avanzan con la atención puesta en los procesos micro, de interpretación de mensajes, pero también critica a quienes han abandonado por completo el necesario análisis de los factores macro.
Coincide con Curran en que la excesiva valoración del público “se incorpora de inmediato a una retórica neoliberal populista” que propugna la desregulación total de los medios de comunicación privados y el fin de los medios públicos (Morley, 1998: 428).
Por ejemplo, encuentra poco serio que Fiske celebre ligeramente que “grupos y subculturas construyen sus propios significados dentro de una economía cultural autónoma” (Morley, 1998: 428). Sencillamente considera que es un error obviar que “el poder de los espectadores para interpretar significados difícilmente puede equipararse al poder discursivo de las instituciones mediáticas centralizadas a la hora de construir los textos que el espectador interpreta” (Morley, 1988: 434).
Entonces a modo de conclusión el autor se muestra convencido de que los estudios de audiencia pese que necesitan “desarrollarse y corregirse en varios puntos, proporciona todavía la mejor alternativa a una concepción de los textos de los medios” (Morley, 1998: 421). Porque si bien es cierto que la economía-política de la producción de contenidos es importante, el peso central de los estudios sobre medios debería colocarse en cómo se interpreta, resignifica, ignora o siguen los mensajes. Es decir, cómo el público genera sentido.
En 1990 James Curran criticó la postura “revisionista” de los estudios de audiencia por otorgar un sobredimensionado papel activo al lector y negar el poder de los medios. Está crítica sirvió para que David Morley aclare algunos puntos.
Para comenzar Morley explica que los recientes estudios sobre las audiencias en el campo de la comunicación se caracterizan básicamente por “dos premisas: a) que la audiencia es siempre activa (en un sentido no trivial), y b) que el contenido de los medios de comunicación es ‘polisémico’ o abierto a la interpretación”.
Esto implica colocar el énfasis de las investigaciones sobre los medios de comunicación en los microprocesos de interpretación de los mensajes. Esta situación nos lleva a tomar distancia de las concepciones de estructuras determinantes pero sin desecharlas sino más bien tratando de articular la relación micro con lo macro.
Morley retoma a Giddens para señalar “las estructuras macro sólo pueden reproducirse a través de microprocesos (…) [es decir que] el proceso general macro sólo puede operar a través de una multitud de manifestaciones micro de poder, ninguna de las cuales puede ser garantizada con antelación”.
Además, menciona que el concepto de "habitus" de Pierre Bourdie, con ciertas observaciones, puede ayudarnos a comprender como las estructuras internalizada también brinda márgenes de actuación y no son completamente rígidas. Otro punto importante son los aportes de conceptos postmarxistas como los de Gramsci para salir de la rigidez de las nociones ortodoxas del marxismo en la interpretación social.
Asimismo, recuerda que el análisis semiótico en el contexto de los estudios culturales sigue siendo fundamental porque “el mensaje lleva en sí mecanismos significadores que estimulan ciertos significados, o incluso un significado privilegiado (…) [pero el objetivo central no es] descubrir el ‘significado real’ de los mensajes analizados, sino simplemente para seguir la ‘conclusiones directrices’” (Morley, 1998: 422).
Morley considera que los estudios de audiencia avanzan con la atención puesta en los procesos micro, de interpretación de mensajes, pero también critica a quienes han abandonado por completo el necesario análisis de los factores macro.
Coincide con Curran en que la excesiva valoración del público “se incorpora de inmediato a una retórica neoliberal populista” que propugna la desregulación total de los medios de comunicación privados y el fin de los medios públicos (Morley, 1998: 428).
Por ejemplo, encuentra poco serio que Fiske celebre ligeramente que “grupos y subculturas construyen sus propios significados dentro de una economía cultural autónoma” (Morley, 1998: 428). Sencillamente considera que es un error obviar que “el poder de los espectadores para interpretar significados difícilmente puede equipararse al poder discursivo de las instituciones mediáticas centralizadas a la hora de construir los textos que el espectador interpreta” (Morley, 1988: 434).
Entonces a modo de conclusión el autor se muestra convencido de que los estudios de audiencia pese que necesitan “desarrollarse y corregirse en varios puntos, proporciona todavía la mejor alternativa a una concepción de los textos de los medios” (Morley, 1998: 421). Porque si bien es cierto que la economía-política de la producción de contenidos es importante, el peso central de los estudios sobre medios debería colocarse en cómo se interpreta, resignifica, ignora o siguen los mensajes. Es decir, cómo el público genera sentido.
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